Caso: El valor del dibujo en la evaluación de una menor víctima
Primer encuentro
Lucía Rivas, de ocho años y diez meses, llegó a mi consultorio tras un breve relato angustiado de abuso sexual que compartió con su Profesora Claudia Torres durante una charla preventiva organizada por la psicóloga escolar, la Dra. Patricia Morales. La madre, Sra. Rivas, fue citada al colegio y se le indicó que, como representante legal de Lucía, iniciara el proceso judicial.
La Sra. Rivas comentaba no entender por qué su hija había permanecido en silencio, a pesar de vivir en un entorno familiar integrado y de confianza, compuesto por ella misma, tías y hermanos. Señaló que, aunque no supervisaban en detalle las actividades lúdicas de Lucía debido a su carga de trabajo, había advertido manchas frecuentes de comida en su ropa, algo inusual hasta hacía poco.
La voz de Lucía
En la primera sesión, Lucía escuchaba pero no hablaba. Su madre, ansiosa, la instaba a decir por qué no había revelado el abuso; yo intervení para ofrecerle un espacio de intimidad, libre de reproches.
Con el paso de las sesiones, Lucía habló tímidamente: se describió como buena estudiante, mencionó tener una amiga y admitió no haber compartido el suceso por temor a “preocupar demasiado” a su madre. Creía que ese abuso solo le había ocurrido a ella.
El juego y el símbolo
En consultas posteriores, la conversación giró en torno al hogar y la rutina familiar. Yo permanecía tranquila, procurando no transmitir la desesperación que Lucía suponía en su madre.
Al revisar su relato inicial, comprendí que el silencio de Lucía emanaba de un estado traumático: su mundo interno se había vuelto extraño e incierto. Aproximadamente tres semanas después, Lucía me confesó que llevaba una blusa del mismo color que la mía y se atrevió a tocarme, gesto que evidenció un verdadero destello de confianza. Días más tarde, describió un “juego de la comidita”: compraban bolsitas de gelatina y polvo de cacao, los mezclaban en tazas con agua y probaban la mezcla a cucharadas, explicando así las manchas en su ropa.
Aunque propio de su edad, este juego resultaba aislado y regresivo, cargado de simbolismo vinculado al abuso. El trauma altera la matriz simbólica: mezclar y comer esos ingredientes con agua se transformó en una forma de reconstruir y controlar una experiencia pasiva.
El espacio clínico
A partir de ese momento, establecí una relación terapéutica que permitiera a Lucía, con paciencia y seguridad, acercarse gradualmente al tema del abuso. Sabía que su mundo mental estaba poblado de fantasmas infantiles y que, debido a la dinámica familiar disfuncional, Lucía vivía en situación de dependencia y desamparo.
Utilicé el dibujo como puente hacia su inconsciente: trazo y color actúan como manifestaciones oníricas y lúdicas, capaces de liberar tensiones y transformar lo pasivo en activo, según la perspectiva freudiana. Esperaba que, a través del dibujo, Lucía representara su mundo traumático, liberara fantasías y experimentara control sobre sus vivencias internas y externas. Bajo estas condiciones, elaboró un dibujo que expresaba fragmentos de su experiencia y deseos de reconstrucción.
Conclusión
Este caso confirmó que el dibujo, el juego y la espera paciente son herramientas esenciales en la evaluación clínica de menores víctimas. Gracias a estos recursos, Lucía encontró un espacio propio para comenzar a expresar lo que permanecía atrapado en el silencio, sentando las bases para su proceso de recuperación.
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“Dibujo realizado por Lucia durante el proceso clínico, utilizado como herramienta de elaboración simbólica.”
Advertencia de sensibilidad
Este relato aborda situaciones relacionadas con abuso infantil que pueden resultar sensibles para algunos lectores.